INTRODUCCION



"Tanto si piensa que puede, como si piensa que no puede, de cualquier modo está en lo cierto" Henry Ford


Montañista amigo, con el conocimiento, lo difícil o desconocido se vuelve fácil y accesible. ¡Que poca información teníamos en la decada del 90 y años posteriores, de muchas de las más altas montañas de Argentina y Chile! Algunas veces ascendimos una cumbre que no era la principal y otras tuvimos que dejar la expedición como mera exploración al recién poder determinar, ya al fin de la misma, por donde se debería haber accedido o ascendido! Y VOLVER. Durante años fui informando, con relatos y películas, de los resultados de las expediciones que realizabamos y las he condensado en este blog. Espero te sirvan mis relatos.

Jaime Suárez
jaimesuarezgonzalez@gmail.com

NO QUIERO MINERAS, O SUS CAMPAÑAS DE INTELIGENCIA, ANUNCIANDO EN MI PÁGINA...

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13 junio, 2010

RELATOS

RELATOS

La Dama y la Vicuñita


Estábamos en La Rioja, a unos 60 km. de Alto Jague, recorriendo el entorno de la Laguna Brava. Esta salada laguna se extiende blanca y mansamente a los 4.200 m de altura, por más de 15 kilómetros, entre la Pampa del Veladero y la Pampa del Peñón. Vivenciábamos en ella, la contemplación de asustadizos flamencos, una rala flora fomentada por las escasas afluencias de agua dulce que se baten en perdida lucha contra la salinidad de la laguna, un gran y huidizo zorro colorado, transpirantes y pequeños geisers, el viejo asentamiento inca -otrora importante centro humano en la zona, con sus derruidas construcciones-, y el marco de grandes y nevadas montañas en todos los sectores del horizonte. Es un paisaje majestuoso y sorprendente que no se cansa de admirar y descubrir.
Pronto el atardecer comenzó alargar sus sombras mientras oscuros nubarrones iban cubriendo el cielo, hasta ese entonces azul y brillante. Nos dirigimos hacia el Refugio Mulas Muertas, a unos 8 Km. de distancia, sorteando trozos del viejo y el nuevo camino en construcción. La llegada al refugio nos permitió emitir un suspiro de alivio. Bajamos nuestras mochilas y equipo, y pronto saboreamos un caliente té.
Luego salimos a observar el clima y las grises formas que tomaban los contornos de los cerros que rodean el refugio. Mirando hacia el que está en la parte posterior nos sorprendió ver la temblorosa silueta de un camélido que se recortaba contra las negras nubes, trastabillando, cayendo y volviendo a levantarse, para volver a caer.
Enseguida pensamos en un animal enfermo o herido, por lo que despaciosamente, con Estefanía, comenzamos a ascender hacia donde se encontraba en su última caída. En unos minutos llegamos hasta él. Era una vicuñita de muy frágil cuerpito, de muy pocos días de vida, con dos inmensos ojos brillando en una pequeñita cabeza, que se mimetizaba en el suelo junto a los amarillentos y múltiples coirones.
Al vernos llegar, intentó infructuosamente ponerse en pié. Con dulces y suaves palabras Estefanía se acercó a ella tomándola con facilidad en sus brazos. Miramos en derredor y no vimos ningún otro animal. Decidí subir unos cerros aledaños para ver señales de su madre. Enero es un mes de parición para estos animales, pero lo raro era que estuviese solo. Barajé algunas posibilidades al no observar movimiento alguno por gran distancia de los alrededores. O su madre lo abandonó, que suele suceder aunque raramente. Que haya sido matada por alguien. O que el recién nacido por alguna circunstancia se hubiese separado de la manada y no se volviesen a reunir, lo que me resultaba difícil.
Bajamos con el bello animalito hasta el refugio. Estefanía, que está terminando la carrera de nutrición, rápidamente le preparó una tibia leche e improvisó una mamadera con un envase pequeño de agua mineral, cuya marca por suerte la provee con pico. Acomodó la vicuñita primeramente en el suelo y poco a poco fue volcando gotas de leche en su boquita. En el comienzo fue un natural rechazo, pero luego una aceptación que aumentaba a medida que en su vacío estómago comenzaba a entrar algo del vital líquido. Estaba hambrienta. Aceptó la mitad del envase y quedó descansando y asimilando la comida. Un poco después y ya en conformidad, en los brazos de su nodriza terminó todo el líquido.
Un rato más tarde se paraba nuevamente sobre sus patitas con algo de gracia. Alguién musitó: ¡Es más linda que Bambi! La dejamos libre. Se fue alejando despaciosamente de nosotros hacia la laguna de la Mula Muerta. Pero a unos 100 metros se tiró exhausta en el suelo. Y quedó ahí descansando. Pensé que era lo ideal. Si su madre andaba cerca la llamaría o se arrimaría a ella. Nos metimos dentro del refugio.
Pasaron dos o tres horas, hasta que en una mutua mirada se cruzó la imagen del zorro rojo en nuestros cerebros. Salimos corriendo hasta donde había quedado “Bambi”. Allí estaba, acurrucada y recibiendo cristalinos corpúsculos de nieve que el viento comenzaba a traer. Estefanía la tomó en sus manos y la acomodó dentro de un gran horno de piedra existente frente al refugio. Preparó otra mamadera de leche, como cena, y maternalmente en medio de la tenue luz de una linterna se la dio sorbo a sorbo. Ya aparecía la lenguita de la vicuña intentando succionar más alimento. ¡Excelente síntoma! musitó la dama. Ya era hora de ir a dormir. Comenzó a nevar más fuerte. Toda la noche hubo tormenta. Me alegré de la decisión que habíamos tomado.
El amanecer era blanco. No existían imágenes definidas. Sólo la de los vehículos cercanos cubiertos de nieve. Nos dirigimos al horno. Bambi estaba bien, aunque tapizado superficialmente su pelamen de nieve. Nuevamente sus grandes ojos de dirigieron a Estefanía. Ésta nuevamente había preparado la mamadera con leche caliente. Y nuevamente comenzó la ceremonia de la alimentación, aunque ahora muy facilitada.
Estábamos contentos. Bambi se veía mejor, y no estaba enferma como en algún momento habíamos temido. Pero no pude dejar de sorprenderme gratamente cuando al abandonar Estefanía el horno, el animalito inmediatamente se paró y salió raudamente tras ella. Con mansedumbre y alegría la seguía paso a paso, y cuando se paraba la dama, la vicuñita daba vueltas en torno a ella. ¡Había encontrado a su madre sustituta! ¡No pensaba abandonarla por nada!
No podíamos dejarla ahí. Su madre no había aparecido. Sería víctima muy pronto de un zorro o un león. Al retirarnos se acomodó en los brazos de la dama en el asiento delantero del vehículo disfrutando los rayos de sol que la acariciaban a través del parabrisas, mientras afuera pelaba el frío. Viajó mansamente con nosotros.
El apreciado Don Cirilo Urriche y su excelente gente, -los guardaparques de Jague-, se harían cargo de ella. Así sucedió ya que con agrado esta gente la tomó a su cargo. Mientras nos alejábamos una lágrima brilló en el rostro de la dama. Viajero que pases por Jague, no dejes de admirar a la vicuñita.