VOLCÁN BARÚ, ATALAYA DE PANAMÁ
ascendido el 30 de Junio 2002
Volcán Barú, tapado por nubes
Este bello país de Centroamérica, - que limita con Colombia al Sur y con Costa Rica al Norte - se encuentra a 7 horas de vuelo desde Argentina. Era el próximo destino de nuestros objetivos de montaña. Primero la reunión de la Unión Panamericana de Asociaciones de Montañismo y Escalada, que trataría temas relacionados a esas actividades, incluido un Congreso de Ecología de Ecosistemas de Montaña, y luego la ascensión al Volcán Barú, que con sus 3.475 metros es la mayor altura de Panamá.
La ciudad de Panamá, es la capital y mayor ciudad de esta república. Se extiende por varios kilómetros a lo largo de la bahía de Panamá, en la Costa del Pacífico. Luego de reunirnos los delegados del continente a las pocas horas de llegar a esta metrópoli, es inevitable destinar medio día para ir a visitar el famoso Canal, que en una longitud de aproximados 80 Km conecta el Mar Caribe (lado Atlántico) con el Océano Pacífico, en uno de los puntos más angostos de América Central. Esta obra de la ingeniería de inicios del siglo 20, fue inaugurada el 15 de Agosto de 1914. No dejan de impresionar, distribuidas en su largo, el sistema de 3 esclusas, de dos vías cada una, que elevan unos 26 metros a los barcos sobre el nivel del mar, para bajarlos nuevamente al otro lado del istmo. Desde el 31 de Diciembre de 1999 la República de Panamá asumió la responsabilidad total del canal.
A Panamá la atraviesan longitudinalmente de Oeste a Este dos sistemas montañosos que forman una región de colinas y valles cubiertos de espesa vegetación, y dan formación a numerosos ríos y arroyos que desembocan en los dos océanos. Mientras que en Argentina gozamos de 4 estaciones bien definidas, en esta parte del mundo existen prácticamente un invierno y un verano, y la gran diferencia parece ser solamente que en “verano” (Mayo a Noviembre) es la época de las lluvias (estación húmeda), no lloviendo consecuentemente en “invierno” (estación seca). El clima tropical húmedo provoca temperaturas que superan los 20° al amanecer y oscilan por los 35° al mediodía. Durante nuestra estadía - junio - a pesar de pasar mucho calor casi no se vio el sol panameño, que prácticamente estuvo tapado por nubes que dejaban caer lluvia en las horas de mayor temperatura.
El 23 de Junio, luego de almorzar, partimos desde la Capital, pasando el Puente de las Américas que une las costas del Canal que dan al Pacífico, e internándonos por la Carretera Interamericana, que conecta Panamá con el resto de Centroamérica, pasamos las localidades de Santa Clara, Río Hato, Pueblo Nuevo y Antón e ingresamos en la Provincia de Coclé hasta Penonomé. En el desvío, que desde Penonomé conduce hacia Sonadora, nos dirigimos hacia nuestro destino que sería el “hotel resort ecológico” Posada del Cerro de la Vieja, a unos 30 kilómetros de distancia. Pasamos pueblos como Churuquita y Caimito, donde en este último finalizó el pavimento y comenzó un difícil camino de tierra, que nos permitió llegar a la Posada. Este estupendo complejo turístico, ubicado en la posición 8°39´56,2N y 80°12´04,2O y a los 420 metros de altura sobre el nivel del mar, está rodeado de ríos y cascadas y cuenta también con un mirador de pájaros y mariposas, baños de lodo, y un curioso cerro en su cercanía, (Cerro de la Vieja) que le da el nombre. Nos alojamos en cómodas cabañas techadas a la usanza de las de los primitivos nativos de la región, perfectamente armados con hojas de palmera solapadas. Desde nuestras habitaciones podíamos observar que estábamos rodeados de una espesa selva que se perdía en un horizonte tachonado de montículos y desniveles también selváticos. En nuestros traslados hasta el centro de reuniones teníamos ocasión de ver alguna iguana verde, camaleones y variedad de insectos y pájaros de coloridos plumajes, todos ellos muy raros para muchos de nosotros.
La tarde del último día de nuestra estadía en el lugar, y preparándonos para la expedición al Volcán Barú, partimos a las 16,30 a ascender el cercano Cerro de la Vieja. Durante el trayecto primero descendimos a una depresión, en los 360 metros, sobre la que se erguía hacia el cielo nuboso, con un abrupto y verde desnivel de 140 metros, el Cerro de la Vieja. Luego subimos entre la selvática maleza por una estrechísima y barrosa huella que la hería y que continuamente desaparecía.
Cerro de la Vieja, en pleno ascenso
La pendiente era sumamente pronunciada por lo que había que agarrarse a lianas y ramas que se nos cruzaban en el camino, y muchas veces para ascender meter la bota entre hojarasca y raíces, con el consiguiente miedo de no tocar o pisar una serpiente, de las que sabíamos había numerosa existencia y variedad.
Cerro de la Posada de la Vieja
Por suerte el ascenso fue rápido. En 30 minutos estábamos en la cumbre, a los 500 metros de altura sobre el mar. La festejamos, a pesar de la tenue lluvia que había comenzado, disfrutando una total y verde vista del entorno que incluía los techos de las edificaciones de nuestra cercana posada. Pronto iniciamos el regreso, con el mismo cuidado que con el ascenso pero sin poder evitar resbalar varias veces por la humedad del inclinado suelo. Por suerte teníamos en todo momento donde asirnos.
Al día siguiente, algunos delegados partirían a la capital, para regresar a sus países, pero otros de Argentina, Brasil, España, El Salvador, Guatemala, México y Panamá, formando un grupo de montañistas abordaríamos, a las siete de la mañana, una “chiva” –especie de colectivo de dos largos asientos laterales y donde no se puede parar una persona- hasta Penonomé. Esta localidad debe su nombre, - nos explicó Ghunter, del Grupo de Actividades de Montaña de Panamá - a un indio llamado Nomé, que murió tristemente, tras perder a su amada en manos de un conquistador, quedando para los indígenas su alma en pena. Consecuentemente era la zona en que penó Nomé, y así trascendió hasta nuestros días la denominación del lugar. Desde allí empalmaríamos para continuar por la Carretera Panamericana, con rumbo a Costa Rica, hasta la ciudad de David.
A pesar de encontrarnos en la Carretera Panamericana no conseguíamos un micro de línea que tuviera las nueve plazas que necesitábamos. Debimos pactar en la terminal local, tras largas negociaciones, con el dueño de un pequeño micro que por 250 dólares nos trasladaría, incluido el retorno a Panamá, hasta la zona del volcán. Con el afán de no perder la oportunidad de concretar la expedición olvidamos considerar el tamaño del vehículo. Lo comprendimos en las horas de viaje al no poder estirar las piernas. Salimos por fin y tras una hora paramos en Santiago para almorzar. Continuando luego hasta David, la Capital de la provincia de Chiriquí, cerca ya de Costa Rica. Llegamos al límite de la ciudad y comenzamos un desvío en sentido Norte, pasando por Los Algarrobos, Dolega y finalmente, tras contemplar al fondo del horizonte la imponencia del Barú enmarcado en nubes, a Boquete. Allí pernoctaríamos en el Estadio “Los Naranjos”, centro deportivo que es orgullo de este pueblo. Desde la salida de Penonomé habíamos demorado casi 5 horas y nos sentíamos como sardinas en lata.
Boquete es un lugar de los llamados “cargados de energía”. Se encuentra a los 1.085 metros de altura del mar, lo que le da características especiales. Goza de un clima fresco y agradable. Abundan los jardines con multicolores flores. A mi criterio, y disculpándome por la rápida comparación, una “pequeña Suiza Centroamericana”. Sus casas con mezcla arquitectónica que pretende ser uniforme y sus calles con desnivel, se mimetizan con gracia dentro de un verde y nuboso entorno rodeado por ríos y arroyos, que tutela a su fondo el inactivo Volcán Barú. Hay mucho turismo y se denota movimiento en nuevos y modernos negocios, que se mezclan con los tradicionales del pueblo. Boquete es también un centro - el cuarto en importancia del planeta - al que acuden muchos jubilados pudientes del primer mundo a vivir tranquila y apaciblemente sus años de retiro.
Acomodamos las mochilas en nuestro alojamiento y volvimos al pueblo para tomar un chocolate caliente en “La Casona Mexicana”, que resultó más que especial ya que lo saboreamos mientras por la ventana veíamos caer una tenue y agradable llovizna. Luego a enviar unos correos electrónicos, comprar una radio portátil (el representante de la Federación de Brasil quería escuchar el partido que al día siguiente tendría su país con Alemania por el Mundial de Fútbol), recorrer la plaza y calles principales, y regresar para acostarnos bien temprano ya que el plan de ascenso al Barú requería comenzar la subida a la una de la madrugada, para evitar en lo posible el calor agotador y poder regresar al día siguiente a la noche a Panamá capital.
Nos habíamos acomodado en un sector del estadio deportivo, dedicado a hospedar delegaciones, que se encuentra separado de la pista de juego por un pequeño pasillo, techado por las tribunas. A las 10 estábamos tendidos en nuestras literas cuando sorpresivamente comenzó un partido de Basquet que originaba gritos, sonidos de bombos y estridentes pitidos que no nos permitió descansar prácticamente nada. Coincidió el final del evento deportivo con nuestros preparativos para salir. El agotador viaje, unido al pésimo descanso no nos hacía sentir con ganas de ascender ninguna montaña.
Pasada la una de la madrugada subimos con el vehículo hacia la zona del Volcán. A las 1,30 horas éste nos dejó a los 1.670 metros de altura puesto que no había ya condiciones de camino para un vehículo normal. Bajo la tenue luz de una luna en cuarto menguante y rodeados por todos lados de sombras, cargamos nuestras mochilas pequeñas a la espalda y en grupo cerrado comenzamos a subir. Doscientos metros más arriba se encontraba el acceso al Parque y un cartel que oscuramente rezaba “ Volcán Barú 13 Km” Entre bostezos, y algún que otro incontrolado cierre de ojos por el sueño comenzaban las primeras horas de nuestra pesada subida. A las dos y media de la mañana superamos la cota de los 2.000 metros, a las cuatro la de los 2.500, faltando aún 7, 5 Km de camino hasta la cumbre.
Las linternas frontales iluminaban la serpenteante senda tachonada de grandes piedras y largos pozos producidos por socavones de torrentes al bajar de altura, por lo que debíamos tener mucho cuidado en no tropezar o caer. A las cinco y media de la madrugada estábamos en los 3.000 metros, con aún 4,5 kilómetros por delante y ya vislumbrábamos árboles y espesura a nuestro derredor. A las seis y media pasamos los 3.200 metros, y nuestros ojos podrían apreciar la vegetación del bosque tropical húmedo que comenzaba a tener menor altura. A la cumbre aún restaba un kilómetro y medio. Recién a las siete y cuarto de la mañana coronamos el sector de pre-cumbre de este inactivo volcán en que se encuentran las antenas de los principales canales y radios de Panamá. La altura 3.451 metros. Una tenue lluvia y un helado viento no impidieron que acurrucados buscásemos en las mochilas todo alimento posible. Había que desayunar para calmar el agotamiento y el cansancio. Olavo estaba prendido de la radio escuchando entusiasmado como Brasil ganaba el mundial de fútbol. Todos lo felicitamos casi como si él hubiera jugado también.
Ya con algo en el estómago nos dirigimos en medio de la llovizna hacia la verdadera cumbre, unos cien metros más adelante. Superamos dos promontorios rocosos y pronto nos encontramos en la gran cruz que indica la cumbre. La altura 3.475 metros y la posición 8°48´551N y 82°32´555º.
Cumbre del Volcán Barú
Pero notábamos que no nos faltaba el aire. En nuestras montañas a los casi 3.500 metros de altura se manifiesta ya el apunamiento, especialmente cuando han sido alcanzados con mucha rapidez. Aquí no nos sucedía, pero el frío que producía el viento cargado de humedad y que fluía de un océano a otro, nos hacía enrojecer los dedos de las manos y convertir en torpe nuestro trabajo con ellas. Habíamos pasado de un sofocante calor a un insospechado e insoportable frío. No podríamos quedarnos mucho tiempo mirando el paisaje. Desde esta cumbre se contemplan perfectamente los dos océanos, el Atlántico y el Pacífico. Pero la danza de nubes del norte nos impidió ver el Atlántico y sólo nos permitió como una brumosa aunque azul línea en la distancia, ver el Pacífico. Sacamos las fotos de rigor y a las ocho de la mañana comenzamos el regreso hacia el punto de partida, donde nos recogería a las 12 horas el micrito. Demoramos cuatro largas y cansadoras horas en bajar que no nos impidió contemplar con admiración la abundante vegetación de esta montaña, y a la distancia al pueblo de Boquete que se estiraba elegantemente, unos mil metros más abajo, por todo un verde valle techado parcialmente por movedizas nubes.
El guardaparque al vernos llegar no dejó de regañarnos por subir de noche y de hablarnos sobre los peligros que eso involucraba tanto al poder perdernos como por los reptiles, jaguares y pumas que habitan la selva de esa zona. Nos entendió cuando le explicamos que avanzamos en grupo, siguiendo la senda y controlando la marcha por los puntos que tomábamos de GPS y los que teníamos almacenados previamente del trayecto, incluida la cumbre. Más luego, entrados en confianza nos explicó un poco la historia de este Parque Nacional, creado en 1976 y que tiene una superficie de aproximadamente 14.300 hectáreas donde en los meses de abril y mayo puede observarse el Quetzal, bellísima y rara ave de muy larga cola, que habita en Centroamérica.
Regresando, la plena luz del día nos permitió ver sembradíos de cebollas cultivados por indígenas de raza pura, que habitan esta zona de la ladera del volcán y cuyas mujeres aún visten sus batas (naguas) y atuendos tradicionales. Pronto llegamos a la camioneta que ya nos estaba esperando, y tras regresar el camino, rodeado de plantaciones de cafetales, volvimos a Boquete. Pasadas las 12,30 iniciamos el retorno de los aproximados 460 kilómetros que nos separaban de Panamá capital. Tras más de 6 horas de viaje llegamos. Algunos de nosotros debíamos esa noche tomar aviones de regreso. Fueron horas agotadoras, pero el esfuerzo mereció la pena, habíamos coronado el mayor atalaya de Panamá, y contemplamos una vista que habría envidiado Balboa, el descubridor del Océano Pacífico.
Altitud:
3.475 m sobre el nivel del mar.
Es la 1° cumbre de la República de Panamá.
Ubicación:
Se encuentra en la provincia de Chiriquí, a unas 6 horas de auto de Panamá (475 km.), cerca de la frontera con Costa Rica, en la posición 8°48´551Norte y 82°32´555Oeste.
Dificultad:
Técnicamente fácil. Ascenso en medio selvático, muy distinto al que estamos acostumbrados en nuestras latitudes por lo que se recomienda hacerlo con gente que lo haya subido previamente. Su ascenso se concreta entre las 4 y 6 horas a partir del ingreso al Parque. El descenso demora unas 4 horas hasta la cabaña del Guardaparque.
Equipo:
Se hace en el día. Botas altas de trekking. Abrigo de media Montaña. Equipo rompevientos.
Mochila con alimentos y 2 litros de agua. Un bastón o vara.
Acceso:
Desde la Capital de Panamá, por la Carretera Panamericana se llega hasta David, 8°26´683N y 82°25´758O. Hay servicios de colectivos desde Panamá que paran en David. En esta ciudad se abandona la Carretera Panamericana hacia en Norte, llegando a Boquete donde se puede en taxi – cuesta ida unos U$S 5 y conviene pactar el retorno – llegar muy cerca del control del Parque Nacional Volcán Barú.. Al ingresar al parque debe abonarse un canon de ingreso de U$S 3 para los extranjeros. Por demás detalles de acceso e itinerario ver relato.
Alojamientos:
Se puede conseguir en David, capital de provincia que tiene un aeropuerto internacional y más próximo al Volcán, en Boquete, donde se sugiere pernoctar.
Jaime Suárez